24.9.13

RECUERDOS DE ALHAMBRA


No coincidían ni de casualidad. Cada uno camina disparejo, a paso cambiado.

Las rutinas de ambos luchaban a espacios y tiempos distintos, sus vidas parecían viajar en trenes con retraso, pero él soñaba con su sonrisa, con esos ojos café que se encendían con el sol, con su mirada baja, media tímida, como una flor que teme abrirse delante de la vida. De noche, siempre le escribía una canción, que combinaba con el sonido de su voz, como el de “Recuerdos de Alhambra” y le comentaba que ella se merecía un novio poeta. Se aturdía pensando en ella, pero ¿cómo he de sentirse así, si los suspiros que ella regalaba no tenían inscrito su nombre? Él solo sabía que la espera de aquel amor inexistente, se presentaría un día y le diría que no pierda las llaves del cielo.

Llegaban las maletas de amores condenados a convertirse en cera de vela encendida, en puntos suspensivos, en otros nombres. Él las recogía y las llevaba a sus viajes, eran solo gatas callejeras, promesas incumplidas, y en cada estación, después de desnudarse, decían que era mejor marcharse. Pero besar las cadenas no hacía que las rompiera, y todas aquellas canciones que siempre escribía para ella se disipaban con las medias sonrisas que encontraba en las maletas y enviudaba con cada viaje, porque ellas morían cuando el sol saludaba.

Ahora solo le queda un alma, y una guitarra que no deja de cantar a pie de la noche. Había futuro en las pupilas, él esperaba que ella le escribiera algún día, sentado, escuchando cincuenta tangos y con un siete en el corazón. Vive pensando que le faltaba una canción. Habría que ser más duro para mirar al futuro deseado, pero al imaginar nuevamente sus pequeños labios rosados, sintió que llegaría.

 

 

Habían rapado ya sus sueños.

 
Al siguiente día, ella terminó por escuchar el casete que dejaba a medias: “Recuerdos de Alhambra”.