Yo sé que también le robaba los
sueños, como ella por las noches, violentaba contra mí. Ya no me importaba si
al final yo decidiera tomar el viaje solo y ella se quedara con las dudas, con
el miedo que la carcome por las noches, cuando el amor decide dar ese gran
golpe.
Nos sentamos a conversar, de rato
en rato. Ella duda, me mira, sonríe, baja la mirada, voltea la cabeza y bueno,
ya no decide mirar más. Mis palabras se van enfermando y entonces ella reniega
y da media vuelta. La veo irse, pero no me muevo, sé que si doy un solo paso
tropezaré y ya no quiero hacerlo más.
Pero ella ya no está, caminó por
la vía incorrecta, lo sé. Como sé también que me equivoco con lo que digo. Siento
esas suaves manos sobre mi espalda, entre mis dedos y me pierdo entre sus ojos
que reflejan soledad y piden a gritos un abrazo. Soy muy cruel conmigo mismo, en
esas noches violentadas por sus recuerdos y solo espero que tropiece en ese
camino y la vía se equivoque y la mande de regreso y camine y me mire y
entonces yo la querré más y más, pero qué va, sigo siendo cruel.
El día en que ella abra los ojos,
habrá caminado tanto que me verá sobre el monte, a lo lejos, inalcanzable y
tardío. Y yo cabalgando una esperanza desecha y moribunda, buscando un nuevo
camino, otros ojos que reflejen soledad, también.